Es frecuente que al visitar establecimientos de venta de productos para mascotas encontremos también pequeños animales que tengan un precio establecido. Los veremos en urnas vacías, muchas veces solitarios y enfermos o en recintos masificados, y es comprensible que queramos liberarlos del sufrimiento que padecen y llevarlos con nosotros donde estamos seguros que tendrán una vida mucho mejor, pero lamentablemente, no es tan fácil.
Cuando pagamos por la vida de un animal, sin importar el motivo por el que lo hagamos, el establecimiento está percibiendo un dinero, lo cual es la finalidad de tener un negocio: hacer la mayor cantidad de dinero posible. Esto se traduce muchas veces en ahorrar costes: comidas más baratas y de peor calidad, espacios más pequeños, lechos higiénicos pésimos, sin gastos veterinarios… Pero si pagamos por la vida de los animales, estaremos recompensando económicamente que esto sea así.
Los negocios no distinguen si su dinero llega por pena de los consumidores o no, o si son para alimento de otros animales, o si se trata de una compra compulsiva que provocará que el animal sea tratado negligentemente o abandonado en poco tiempo. Solamente le importa una cosa: que el dinero llegue.
Además, cuando compramos un animal suceden dos cosas: la primera es que estamos dejando un hueco libre, lo cual para el establecimiento supone un gasto menos (otra recompensa económica además de la que hacemos cuando pagamos), y la segunda es que estamos aumentando la demanda de un “producto”, por lo que no es infrecuente ver que donde antes había una rata después hay dos, ya que ambas se venderán y el ingreso económico será el doble.
Además, estas ratas se crían de maneras poco éticas, sin demasiados controles sanitarios y por supuesto sin las condiciones de vida que cualquier rata sana y feliz debiera tener. Las hembras son forzadas a parir consecutivas veces, y cuando los animales ya no pueden reproducirse o no son aptos para su venta, son abandonados o incluso matados. Son mera mercancía que produce más mercancía para vender, y si se venden, han cumplido el cometido que la tienda les da: hacerles ganar dinero. Este ciclo solamente aumenta y aumenta cada vez que un animal es adquirido a cambio de dinero.
Entonces, ¿qué podemos hacer? No debemos comprar animales, bajo ningún concepto. Si vemos que los animales están en condiciones poco adecuadas, podemos denunciar su estado ante las autoridades competentes, que se encargarán de multar al establecimiento según la normativa vigente, pero si nos lo llevamos con nosotros, estaremos contribuyendo a que los animales se sigan criando y se sigan vendiendo, e incluso que se sigan manteniendo en pésimas condiciones. Incluso hay establecimientos que para vender más tienen a los animales mal atendidos a sabiendas, ya que han visto que venden más por compasión que por mercantilismo.
Para ayudar de verdad no basta con ayudar a una rata, o a dos, o a tres. Debemos ayudar a todas las ratas no comprando, no siendo parte de la cadena de explotación a la que se ven sometidas y ayudando, por el contrario, a que esta se extinga.
Por ello, si sabemos que no somos lo suficientemente fuertes como para no pagar por un animal si lo vemos en apuros, lo ideal es no frecuentar este tipo de establecimientos para evitar la tentación.
Tristemente, y a pesar de las numerosas leyes que lo impiden, también son muchos los particulares que se han subido al carro de ganar dinero a través de la explotación de los animales. Crían numerosas veces y venden a las ratas sin ningún tipo de control ni conocimiento sobre la especie, las enfermedades o la genética, motivados únicamente por alcanzar colores o marcajes específicos, sin importar los daños que puedan ocasionarse en el proceso a los individuos. Muchas veces incluso lo consideran como «un proyecto» o una «cría experimental».
Al igual que sucede en las tiendas de animales, es habitual que un porcentaje muy alto de los animales enferme o no sobreviva, que el nivel de endogamia y problemas congénitos sea alto, las madres no tengan una buena alimentación y no hayan podido amamantar correctamente a las crías, éstas presenten problemas del sistema inmune y raquitismo, e incluso que no se realice un proceso de destete físico y psicológico correcto, y aparezcan problemas de salud o comportamiento a lo largo de su vida.
Por otra parte también existen los particulares que crían por el mero hecho de creer que sus ratas «se quieren» o «han de reproducirse alguna vez», o incluso por el egoísmo de querer ver personalmente crías de sus ratas, sin pensar en la peligrosidad de una gestación y un parto para cada hembra, ya que no son pocos los casos que les puede costar la vida, o necesitar una cirugía de urgencia con un elevado coste que no estén dispuestos a abonar.
Incluso aunque todo salga bien y después no vendan los animales, no realizan un control de las personas a las que entregan las crías y éstas y sus descencientes pueden volver a comenzar este ciclo, ser maltratadas, ignoradas o abandonadas.
Por desgracia, la cría y venta por parte de particulares es más difícil de perseguir, por lo que también es importante que se denuncie cuando se conozcan casos de este tipo.